De la nota roja a la lingüística forense

En 1949 un trágico suceso perturbó a la sociedad británica y sacudió el panorama judicial y lingüístico del resto del mundo: así surgió la lingüística forense. Te contamos…

Un crimen, tres contradicciones

El 30 de noviembre de 1949 el joven galés Timothy John Evans confesó el asesinato de su esposa embarazada. Cuando la policía procedió a la investigación, recopiló tres confesiones distintas del presunto asesino: en una de ellas se reconocía como autor de los hechos y en las otras se presumía inocente y acusaba a su vecino, J. Christie.

Timothy fue sentenciado a muerte en marzo de 1950, luego de un juicio plagado de contradicciones e inconsistencias. Tres años después de su ejecución, en la vivienda de Christie, vecino al que Evans había denunciado en sus declaraciones, se encontraron seis cuerpos humanos, entre ellos la esposa de Timothy.

Como es natural, el caso se reabrió y en 1966 se le dio a Timothy Evans el perdón póstumo. Supuestamente el asesinato había quedado completamente aclarado, sin embargo, aún quedaban algunas interrogantes; como ¿por qué las declaraciones del presunto asesino habían cambiado tan radicalmente?

El nacimiento de una ciencia

Es aquí cuando entra en escena el lingüista sueco Jan Svartvik. Como especialista de la expresión humana la noticia le llamó la atención y se dedicó a analizar palabra por palabra, cada una de las declaraciones de Timothy Evans.

Después de un arduo análisis, al fin Svartvik pudo determinar que las características lingüísticas de algunos fragmentos (curiosamente los inculpatorios) eran estilísticamente distintos al resto de la declaración. Para él, esas discrepancias confirmaban la inocencia de Evans.

Su estudio no sólo fue fundamental para que se le otorgara el perdón póstumo al joven galés, sino también para que se le exculpara y quedara libre del asesinato. Además, el lingüista llamó a su estudio sobre las características del habla, «lingüística forense».

La nueva disciplina partía de la premisa de que los individuos tienen la capacidad de elegir entre una serie de formas lingüísticas que definen su propio estilo. Ese estilo es algo parecido a una huella dactilar; por lo tanto, la manera como cada quien se expresa es una evidencia contundente que puede usarse en un juicio penal.

La interfaz entre la lengua y el derecho

En las décadas siguientes al caso Evans la nueva disciplina solamente se solicitó en dos ocasiones: una en Estados Unidos y la otra en Canadá, no obstante, su consolidación fue progresiva hasta llegar a su completa institucionalización.

En 1991 se creó en St. John’s College de York la Asociación Internacional de Fonética Forense (IAFP), hoy Asociación Internacional de Fonética y Acústica Forense (IAFPA), y un año después la Asociación Internacional de Lingüistas Forenses (IAFL) en la Universidad de Birmingham.

La lingüística forense se define como la interfaz entre la lengua y el derecho, y se divide en tres áreas: el lenguaje jurídico, el lenguaje judicial y el lenguaje probatorio o evidencial. Es aquí, donde se centra la mayoría del trabajo pericial.

El área evidencial se enfoca en la construcción de perfiles lingüísticos para determinar a un sospechoso, además de la atribución de autoría, la detección del plagio, la identificación de locutores y el análisis del discurso para determinar acoso, amenaza, coacción o injurias. O como dice el lingüista Don Foster:

Los seres humanos son prisioneros de su propio lenguaje, por eso, el análisis científico de un texto puede revelar datos tan claros como las huellas dactilares o el DNA.

D. Foster

Sin duda, el nacimiento de la lingüística forense muestra cómo las ciencias de la lengua están estrechamente relacionadas con las sociedades, al mismo tiempo que pueden nacer en las situaciones menos pensadas.

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