La palabra como instrumento esencial de la comunicación
Quienes nos dedicamos a crear contenidos, escribir literatura, traducir, revisar o corregir textos tenemos algo en común: el amor por la palabra, voz, término, vocablo. Aunque para algunos no se trata de amor sino de obsesión; obsesión por su circularidad, por quitarla y ponerla de su contexto o escudriñarla desde el continente de sus referentes, rodeada de esos signos que a veces incluso escatimamos.
Pero lo cierto es que esa querencia no es exclusiva de un grupo o una profesión determinada. Amar o fascinarse por la palabra no es sólo conocer su definición y quizá su etimología; es también darle un sentido, un significado. Porque, como dice Steven Pinker, el significado de una palabra depende de la información y la imagen que las personas tienen almacenada en la cabeza.
De ahí que trabajar con la palabra sea un trabajo arduo y perseverante, pero también cariñoso y, por lo regular, solitario. No obstante, detrás de esa soledad ante el texto están las bases, los cimientos que durante años han fortalecido ese amor por la palabra.
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