Escritores fantasmas

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¿Alguna vez te ha sorprendido la alta producción de un escritor o escritora? O, seguramente, más de una vez habrás dudado de la autoría de algún libro. Conoce más sobre los escritores fantasmas que están detrás de lo que leemos.

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Y es que escribir para que un texto aparezca con otro nombre es una práctica común que ha existido prácticamente toda la vida.

A esos creadores que no figuran en la historia de la literatura o de las academias, se les conoce como negros literarios. También, traducido del ghostwritter, escritores fantasmas.

El caso de Alexandre Dumas padre es de los más representativos. Según los críticos Michel Lafon y Benoît Peeters, con Dumas empezó a llamárseles negros literarios a este tipo de autores, para desprestigiar al novelista.

Pero Dumas no lo negaba. Al contrario, aceptó que había llegado a tener más de sesenta colaboradores, a quienes les daba las tramas para que ellos redactaran las historias. El más conocido fue Auguste Maquet, cuya relación laboral con Dumas duró más de 10 años.

La sospecha de haberse apoyado en escritores fantasmas también ha alcanzado a figuras como Shakespeare y Molière. Son muchos los estudiosos que han propuesto que a la sombra del primero estaba Christopher Marlowe, y del segundo, Pierre Corneille.

¿Son necesarios los escritores fantasmas?

Aunque no es una práctica ilegal, el uso de escritores fantasmas es una tradición editorial con una gran carga de falta de ética. Por ejemplo, el prestigio suele recaer en quien firma como autor y el engaño al lector es innegable. Como es el caso de las autobiografías de políticos o artistas.

Uno de los argumentos que justifican la existencia del escritor fantasma es el ritmo de producción. En casos como el de Dumas, evidencian su celeridad con el fin de publicar y vender mucho. Además que, en sentido económico, el renombre de un escritor ha resultado más conveniente ya que asegura la circulación del libro. Claro, en comparación con lo que implica publicar y promover autores nuevos.

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Otra causa interesante es la que Rosa Martí narra en su experiencia como escritora fantasma. Comenzó con el seudónimo de Garganta Profunda, representando a un detective que relataba anécdotas en formato de telegrama para generar verosimilitud. Siguió como Sara Martín, escribiendo cuentos eróticos, y luego pasó a escribir frases empalagosas que servían de guía para la boda perfecta.

El tema da para mucho, incluso más allá de las valoraciones éticas. Porque sin lugar a dudas el trabajo de los escritores fantasmas es una necesidad y una opción laboral en nuestros días.

No obstante, con frecuencia sus aportaciones a la industria son inversamente proporcionales a su remuneración, rayando incluso en la explotación. A ello se suma la poca o nula posibilidad de que se les reconozca su talento. Por lo que permanecen confinados a la sombra de quienes, en ocasiones, no pueden escribir ni su nombre.

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